30 de mayo de 2015

Imperio Bizantino (641-775)

Moneda con la imagen de León III.
Resumen de lo publicado. En el año 395, el Imperio Romano se dividió en occidental y oriental. La parte oriental, gobernada por Arcadio, tenía su capital en Constantinopla, también llamada Bizancio. De allí surge el nombre de Imperio Bizantino. Ese imperio dominó un gran territorio en Asia y mantuvo constantes batallas con pueblos vecinos, y también conflictos religiosos internos. Justiniano (527-565) fue uno de los emperadores más importantes, pero, luego de su gobierno, llegó una etapa de debilidad y caos (565-610). Heraclio (610-641) fue quien concisugió restablecer cierto orden en el imperio.

¿Cómo sigue la historia? En la segunda mitad del siglo VII, el Imperio Bizantino fluctuó entre la ambición de recuperar los territorios que habían pertenecido al Imperio Romano original y la necesidad de consolidarse políticamente. El avance del Imperio Musulmán, creado en ese mismo siglo por Mahoma, era una amenaza permanente, porque ambos tenían sus capitales en Asia.

Las guerras fueron constantes. Las tropas musulmanas conquistaron Siria, Palestina, parte de Mesopotamia, Armenia, Egipto y España. El emperador bizantino Constante II (641-668) firmó la paz con los musulmanes, aunque sólo pudo defender parte del territorio y vio a Bizancio debilitarse.

La situación era desesperante, pero Constantino IV (668-685) frenó el avance musulmán. Su hijo, Justiniano II, fue destronado por Leoncio. Fue otra etapa de inestabilidad por la lucha de poderes, hasta que Justiniano II recobró el poder en el año 705.

En 717 comenzó a gobernar un emperador que no tenía vínculo familiar con Justiniano, León III (717-741), que dio comienzo a la dinastía de los isaurios. León III obligó a los árabes a retirarse de Asia Menor e impulsó la Écloga, conjunto de leyes que humanizaban las existentes hasta ese momento (eran menos crueles). Con él, el imperio logró algunas décadas de relativa estabilidad.

En el año 726 comenzó una etapa llamada "la querella de los iconoclastas". Fue un enfrentamiento político (y a veces físico) entre dos grupos religiosos: los iconódulos, que adoraban las representaciones de Jesús, la Virgen María y los santos; y los iconoclastas, que deseaban destruirlas. No se trataba de creer o no creer en Jesús, ya que todos eran cristianos; sólo luchaban para ver si se podía o no tener un crucifijo en casa. León III se declaró en favor de los iconoclastas, pero tanto el papa Gregorio II como el patriarca de Constantinopla, Germano, lo desaprobaron. La polémica recién terminaría en el año 843, cuando se impusieron los iconódulos.

Constantino V (741-775) mantuvo las ideas iconoclastas de León III. Luego de derrotar a los musulmanes en batallas que se produjeron en Armenia y Mesopotamia (752), murió durante un enfrentamiento en Bulgaria.

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